jueves, 27 de marzo de 2008

Crónica: Inauguración de la exposición “Matta: desnudar los ojos”

26 de marzo de 2008. Cuando llegamos a la Galería Artespacio, a sólo quince minutos de comenzado el evento, ya ni ganas daban de entrar: a través de las vitrinas, podía verse que el espacio del primer piso estaba llegando al límite de su capacidad. “Esperemos un rato a ver si se vacía un poco”, dijo Oscar, mi amigo que me acompañaba, y por aproximadamente media hora nos limitamos a observar desde afuera; a observar aquella profusión de personajes conspicuos entre los cuales no faltaban verdaderas “celebridades” de la esfera política, como el ex Presidente Lagos —cuya presencia luego destacaron todos los discursos—, el Subdirector Gerente del FMI Eduardo Aninat y, evidentemente, el alcalde de Vitacura don Raúl Torrealba. El lugar bullía además de cámaras y reporteros; verdadero centro de atención para el grueso de esta concurrencia bien vestida, que parecía muy a gusto entre saludo y pose para la foto. Empero, como infiltrados, figuraban un par de jóvenes desarreglados que nos hicieron sentir a Oscar y a mí un poco menos fuera de lugar.

Pasada la media hora, cosa esperable dada la nacional tendencia a la impuntualidad, el volumen de gente había aumentado considerablemente. A estas alturas, entonces, no quedaba otro remedio que entrar y abrirse paso entre la multitud; entre la multiplicidad de pequeños grupos que, salvo escasas excepciones, conversaban animosamente dando la espalda a alguna de las piezas de la selección —todas obras tardías y de gran formato—.

Comenzamos a recorrer la exhibición y pronto llegó el momento de los discursos. Hablaron, entre otros, un representante del auspiciador Banco Edwards-Citi, uno de Correos de Chile —puesto que la gran novedad era que saldría a circular una colección de sellos con reproducciones de tres pinturas de Matta; eso sí, fragmentadas a la manera de un rompecabezas, que el asiduo coleccionista debería empeñarse en reunir—, una de las socias de la galería y, al final, la viuda del pintor, Germana; cuya labor (y también sus ojos) no habían cejado de adular en los discursos previos. Por otra parte, todos enfatizaban en el carácter de “patrimonio” de las obras del “pintor chileno”, que debían estar “al alcance de todos”; palabras que iban de la mano a la ya mencionada “heterogeneidad” de los asistentes. Llamaba la atención en este sentido, además, el continuo uso de términos como “especies filatélicas” —en lugar de “estampillas”— y “matasellado” —¿matta-sellado, gancho comercial?— para referirse a la novedosa iniciativa antes mencionada.

Luego de esto, se hizo la ceremoniosa entrega de los sellos y se invitó a una champaña de honor; a lo que nosotros salimos con la misma dificultad con que logramos entrar, preguntándonos si acaso alguien entre todos los presentes se había detenido ante cada uno de los cuadros de uno de “nuestros” pintores “más importantes” y “reconocidos a nivel mundial”.

jueves, 13 de marzo de 2008

Descripción

Es probable que, para cualquier visitante, lo más llamativo de Bucarest sean sus dramáticos contrastes. Baja uno del metro en Piaza Udirii —que, para un santiaguino, viene a ser el equivalente a Plaza Italia— y la estación se presenta como una precaria galería comercial subterránea: hombres y mujeres de edad madura, rostro ajado y expresión un tanto hostil figuran sumergidos en sus kioscos; kioscos repletos de ropas, maletas, aparatos eléctricos de unas marcas bastante dudosas y toda clase de otras chucherías; además de frutas, golosinas y abarrotes varios.

Pero subiendo por la escalera mecánica —saliendo de este espacio oscuro, sucio y atestado—, se encuentra uno con un cruce de avenidas principales: por un lado, una concurrida arteria sitiada entre edificios de oficinas financieras y modernas galerías comerciales; por otro, una vía de tres carriles por lado y un bandejón central de un ancho que podría hacerlo llamarse plaza, pero sin árboles. Esta última desemboca en lo que supuestamente es el segundo edificio más grande del mundo después del Pentágono: la Casa Poporului (casa del pueblo), monumental ícono de la época comunista.

Luego, internándose un poco en cualquier dirección, comienzan a aparecer los perros, los viejos y los mendigos: cientos de ellos errando por las calles, arrellanados en las fachadas o hurgando en los basureros; todos ellos con la misma mirada perdida y triste. Muchos viejos y pocos niños, como en casi toda ciudad europea. Y llama la atención la casi total ausencia de gitanos: esos personajes que en el imaginario colectivo figuran como la amplia mayoría de la población rumana, apenas sí se dejan ver en el centro de Bucarest.

Finalmente cabría mencionar que, entre los derruidos edificios de departamentos y loa sitios patrimoniales en incipiente proceso de reconstrucción, se alzan (o se hunden) las particulares cúpulas de las iglesias bizantinas; marcas del predominio del cristianismo ortodoxo en todos los Balcanes.