domingo, 1 de junio de 2008

Crítica de cine

Hace tres domingos, al atardecer, encontré entre mis DVD copiados “La muerte y la doncella” de Roman Polanski. Había adquirido la película hacía unos meses, sin mayor referencia; sólo cautivada por el título ―siempre he sido fanática de Schubert, en especial de dicho cuarteto de cuerdas― y porque mi experiencia previa con Polanski nunca me había dejado insatisfecha. Hasta entonces no había tenido tiempo de verla y la tomé, en medio del spleen dominical, como quien toma un chaleco salvavidas.

Resultó ser que el filme de 1994, protagonizado por Sigourney Weaver, Ben Kingsley y Stuart Wilson transcurría en “una república sudamericana al poco tiempo del retorno de la democracia”. Resultó ser que esta república era Chile; como delataba el rostro de Gabriela Mistral en uno de los billetes que Paulina Salas roba a su marido Gerardo Escobar (imagínese el lector de esta crítica cómo sonaban esos nombres en boca de actores norteamericanos), y cierta mención a la calle Huérfanos. Sin embargo, el escenario en general ―paisaje, clima, decoración interior de la casa― poco tenía que ver con la fisonomía nacional: tratándose de Polanski, seguramente no se debe a una negligencia sino a un intento deliberado de mantener cierta ambigüedad de contexto, salvo en pequeñas alusiones.

“La muerte y la doncella” es en sí un thriller psicológico; donde todos los elementos confluyen para potenciar un efecto a la vez angustiante y claustrofóbico: planos cerrados, sólo tres personajes, un mismo espacio interior para la mayor parte de los acontecimientos y una misma pieza musical ―el primer movimiento del cuarteto― repetida hasta el cansancio; dando a la acción un carácter estático y circular que llega a resultar exasperante. Las actuaciones resultan creíbles; la fotografía, sobria; el guión, probablemente más atractivo y conmovedor para el público norteamericano que para nosotros; “ciudadanos sudamericanos a casi 20 años de retornada la democracia”.

Días más tarde, averigüé que se trataba de la adaptación de una pieza teatral chilena, nada menos: la obra homónima de Ariel Dorfman, quien además gestó el guión, junto a Rafael Yglesias. Una película de Polanski con guión chileno nos hace recordar que tuvimos una Miss Universo, que salimos terceros en el Mundial del ’62 y que un compatriota nuestro jugó un rol central en la fundación de las vanguardias en París.

2 comentarios:

Fernanda Weinstein dijo...

Carola
Adelanté el trabajo del otro viernes :)

carolita dijo...

Fernanda;

definitivamente eres muy matea. Jajaja, bueno, es una buena crítica, con una buena historia y dan ganas de ver la película.

Puntaje: 1,0