En tiempos en que la escena nacional se ve invadida, década tras década, por sucesivas oleadas de nuevos narradores, un ejercicio ciertamente fructífero es volver a leer a Manuel Rojas; Premio Nacional de Literatura de 1957. Y leerlo de adulto; por mucho que las ediciones “Viento joven” de Zig-zag nos hagan pensar que estamos ante esas lecturas obligatorias que solíamos despreciar durante la Enseñanza Media ―o la Básica, a veces―.
Lanchas en la bahía (1932), su primera novela, es una obra de ficción enmarcada en un escenario autobiográfico: los “bajos fondos” de ese puerto de Valparaíso a principios del siglo XX, donde el autor trabajó como estibador y cuidador de faluchos a su vuelta al país desde Buenos Aires. Escrita en una prosa poética llena de imágenes y sinestesias, sin perder la sencillez; con diálogos simples y profundos, verosímiles; y con un episodio de monólogo interior digno de Faulkner, ofrece un vívido retrato de aquel espacio, tiempo y fauna humana. Pero, como en el caso de las grandes piezas de arte, logra responder a la exhortación de Turgenyev: “pinta tu aldea y serás universal”.
Tomado aisladamente, el argumento puede sonar bastante pueril: un adolescente, alejado de su familia, debe afrontar las dificultades del mundo; conociendo en el camino a algunos buenos amigos y al primer amor. Jugando a las clasificaciones, se trataría de un bildungsroman cualquiera, emplazado en un espacio criollista. Ahora bien, lo interesante de la novela radica en que, a través de las descripciones de paisajes, exteriores e interiores; una profundidad y agudeza de autoanálisis ―del narrador-protagonista― fuera de los común; una falta de miedo a la sensibilidad que se agradece ―en estos tiempos en que la norma es tomar distancia, ya sea mediante la extrema frialdad o la ironía descarnada―, sitúa la anécdota en un plano considerablemente secundario; tras la preeminencia del auténtico testimonio humano. Así, logra tocar las fibras más emotivas y empáticas del lector; y uno cierra la contratapa diciendo: “he aquí un testimonio honesto, he aquí una verdadera obra de arte”.